miércoles, 20 de abril de 2011

UN CUENTO DE AMOR

GERARDO Y EL MAR





Gerardo se fue de vacaciones con sus abuelos y su tío Alberto a Mar del Plata.

Nunca había ido al mar; él y su familia vivían en la provincia mediterránea de Tucumán, en la zona de las colonias, “Lote 12”, en Santa Ana: verdes frondosos, abundancia de calor y color, mosquitos con dientes y documento de identidad, y atardeceres selváticos y húmedos maravillosos.

Pero mar… nada.

Así que como decía Eduardo Galeano en uno de sus cuentos, cuando llegó con sus doce años a la orilla del mar y pisó la arena suave, le pidió a su tío Alberto “que le ayudara a mirar”…

¿dónde terminaba aquello?
¿había países del otro lado?
¿cuánto tardaba un barco en llegar a algún lado?
¿había tiburones ahí?

El tío prometió que irían todos los días, aunque los abuelos se quedaran a dormir la siesta… sólo si llovía, buscarían otro programa.
Y como si un duende pícaro lo hubiera escuchado, sonó un trueno que les retumbó en el corazón y cayó la primera gota de un chaparrón que se extendió los diez días que duraron las vacaciones.

El primer día jugaron a las cartas, a los dados, al ajedrez, comieron tortas fritas con mate, vieron Boca-River por televisión y decidieron que los próximos días serían mágicos de verdad.
La abuela recordó que en un viaje de su juventud había ido a una linda biblioteca, llena de libros hermosos con unos sillones muy cómodos y que te daban galletitas si te quedabas quietito leyendo, sin hacer ruido.
Gerardo levantó sus ojos mirando al cielo y pensó que nada podía empeorar, hasta que el tío Alberto dijo que “SÍII”, que él la conocía, y que tal vez todavía daban galletitas!!

“¿¿¿¿Es que nadie en esa familia se daba cuenta que ya tenia doce años y que lo único que él quería era estar en el mar aunque lloviera???!!!”

Pensó que una buena postura sería decir que sí a la biblioteca para pasar rápido por el mal trago y al día siguiente POR FIN!! al mar, con rayos y centellas, nada importaba…

Después del desayuno, los cuatro fueron juntos a la biblioteca, la abuela creyó que el buen ejemplo de ir “todos” a buscar un libro para leer en ese tercer día de lluvia, sería “contagioso”, aunque el libro quedara apoyado en la mesa de luz y debajo de la caja de alfajores de dulce de leche, que el abuelo quería cerca, para comerse uno antes de irse a dormir.

Al entrar, una señora joven y regordeta de caderas anchas como el mismo mar (según Gerardo, que no podía quitarse la imagen de inmensidad de su cabeza y todo tomaba esa dimensión…), los atendió. La abuela pidió “uno finito y de letra grande”, porque tengo pocos días para leerlo, aclaró. Tío Alberto dijo que él sólo iba para acompañar y cuando Gerardo estaba por pedir, la abuela sugirió:

- para él, MOBY DICK.

“Moby Dick????... no era suficiente frustración la lluvia?”.

La bibliotecaria gordita, sabia y mágica, dijo que a Moby Dick, se lo habían llevado más temprano, dispensándole a Gerardo una miradita cómplice y preguntándole, qué otro prefería.

- uno de terror y de suspenso con muertos de verdad – dijo Gerardo mirándola fijo a los ojos, intentando la misma miradita cómplice y sabiendo que no se iría con nada menos que eso.

- Mmmmmm… - dijo la bibliotecaria gordita y sabia – creo que el único que tengo no es para tu edad, de hecho está en un sector de la biblioteca donde hoy no tengo acceso y es un libro para leer sólo aquí.

Gerardo pensó que “ese” era el único libro que necesitaba y que era capaz de encerrarse en la biblioteca todas las vacaciones, aunque el mar estuviera a cuatro cuadras, tentándolo con su “solo estar”…

Al día siguiente con una autorización firmada por tío Alberto, Gerardo fue a pasar la tarde a la biblioteca.
Detrás de la puerta naranja con un pequeño cartel que decía “NO PASAR” estaba lo que deseaba.
La bibliotecaria preguntó si necesitaba compañía o si se quedaría solo a leer ese libro, y Gerardo intentando ser educado, le dijo que él ya era grande, si no sus papás no lo hubieran dejado ir al mar.

Ella abrió la puerta y el olor al agua de mar le invadió todos los sentidos. Descubrió en un segundo que no se necesitaban los ojos para sentir el mar. Una inmensa ventana que daba directo a la playa se desplegaba ante él, y junto a ella, una mesa y una silla lo invitaron a entrar.
Gerardo se acercó a la mesa sin dejar de mirar la inmensidad salada; al bajar la vista vio sobre ella un libro: MOBY DICK.

La bibliotecaria, lo miró fijo a los ojos, y le dijo:

- es una versión para adultos y tiene muertos de verdad. Te dejo solo para que disfrutes todo.


María Fernanda Gutiérrez


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